jueves, 23 de febrero de 2017

EL ARTE DE CONVERSAR

Vivimos en la era de la comunicación. Gracias a las nuevas tecnologías, (internet, prensa, televisión...) es posible que tengamos toda la información que precisemos de lo que ocurre en cualquier parte del mundo de manera inmediata. Sin embargo, cuando se trata de comunicarnos con las personas de nuestro entorno más cercano, la cosa cambia. Precisamente, los grandes avances en telefonía móvil, hace que nuestra forma de comunicarnos con nuestros amigos y familiares haya cambiado de unos pocos años hasta la actualidad. El arte de conversar se ha convertido en un ejercicio extraño, casi un lujo al alcance de muy pocos. Por eso he querido traer hoy hasta aquí un extracto muy significativo sobre el arte de conversar del cual nos habla Jostein Gaarder en su obra "El mundo de Sofía". Unas líneas para el debate y la reflexión que, merece la pena efectuar cara a cara. Porque uno de los pequeños placeres que tenemos las personas es el de disfrutar de una buena charla con uno o varios interlocutores. Pienso que es muy necesario que nos expresemos, tanto o más que sentirnos escuchados, ésto último es considerado como una verdadera expresión de afecto. Espero que os guste.

 

                          EL ARTE DE CONVERSAR

La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo no era enseñar a la gente. Daba más bien la impresión de que aprendía de las personas con las que hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier maestro de escuela. No, no, él conversaba.
Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si sólo hubiera escuchado a los demás. Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro está. Pero, sobre todo, al principio solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que no sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y entonces,  podía  suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que darse cuenta de lo que era bueno y lo que era malo.
Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates comparaba su propia actividad con la del "arte de parir" de la comadrona. No es la comadrona la que pare al niño. Simplemente está presente para ayudar a las personas a "parir" la debida comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir del interior de cada uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De la misma manera, todas las personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas cuando utilizan su razón. Cuando una persona "entra en juicio", recoge algo de ella misma.
Precisamente haciéndose  el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la que se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es decir, aparentaba ser más tonto de lo que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa manera, podía constantemente señalar los puntos débiles de la manera de pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran público.
Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera resultar molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían los poderes de la sociedad. "Atenas es como un caballo apático", decía Sócrates, "y yo soy un moscardón que intenta despertarlo y mantenerlo vivo".



                                                ("El mundo de Sofía", Jostein Gaarder)






1 comentario:

  1. «La conversación, estéticamente, es algo mucho más importante que la poesía. Lo que me sigue fascinando, de lo que sigo teniendo ganas es de hablar, de hablar con intenciones estéticas, creando efectos, por divertirme y divertir a los demás. La palabra como hecho estético es algo previo y fundamental para la literatura escrita. Donde no se habla bien es difícil que se escriba bien. Y hablar bien significa hablar de una manera divertida, inteligente, coherente y que produzca un efecto estético en los oyentes. Un placer en el hablante»

    (Jaime Gil de Biedma)

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