miércoles, 27 de julio de 2016

EL RELOJ PARADO A LAS 7

Hoy quiero compartir con vosotros un bonito cuento de Giovanni Papini (Florencia 1881-1956). Se trata de "El reloj parado a las siete".
 Hay  momentos en los cuales parece que nuestra vida cobra sentido, aquellos en que somos plenamente conscientes y disfrutamos de la dicha de estar vivos. Nos sentimos los auténticos protagonistas de nuestra propia película, pero esa sensación no dura eternamente... Son muchas las épocas en la que, simplemente, la inercia de la vida cotidiana, nos absorbe en un letargo gris y pesado que hace de nuestra existencia una sucesión de momentos repetitivos que, se antojan inútiles al igual que un reloj parado. Este cuento, es una bella metáfora de lo que, todos en algún momento de nuestras vidas, hemos experimentado.


                  EL RELOJ PARADO A LAS SIETE



En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas, detenidas desde casi siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo.
Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo, soy de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora. Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás.
 Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otras personas, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática. a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo.
Casi todo el mundo, pobre iluso, cree que vive.
Sólo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por eso te amo, reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo.










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