Esta lectura que hemos escogido, viene a reflexionar sobre el tema que nos ocupa durante este mes. Esperamos que os guste.
EL ORIGEN DEL MAL
En medio de un bosque
vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por
concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el
lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que
el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la
noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa
para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen
del mal.
-El mal procede del
hambre- declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno
come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y
las cosas se le antojan de color rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba
bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la
naturaleza.
¡Qué desasosiego!
¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si
vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él ciegamente. Ni palos ni
piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa.
¡Cuántos perecemos
como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó
obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
-Opino que el mal no
proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras,
sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a
nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego. Siempre pensando en
ella “¿Habrá comido?”, nos preguntamos. “¿Tendrá bastante abrigo?” Y cuando se
aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea
de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho
prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y , a veces,
corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o
en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no
hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal
proviene del amor, y no del hambre.
- No; el mal no viene
ni del hambre ni del amor- arguyó la serpiente- . El mal viene de la ira. Si
viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien.
Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos
arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira
en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos
retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad
de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos
comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna,
todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de
este parecer.
-No; no es de la ira
ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera
posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para
la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño,
con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible
no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja,
temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y
echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las
alas o una ramita que cae, nos hace
creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar
del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador;
otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio,
donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre
estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco
de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino
el ermitaño y dijo lo siguiente:
_No es el hambre, ni
el amor, ni la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra
propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el
miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario